lunes, 15 de marzo de 2010

Ataque de nocturnidad.

Calculando que debía ser la única persona que gustaba de regar...a la 01:30 de la madrugada, me dispuse a hacer de la lluvia de la manguera una danza para mis queridas plantas. Se ve que estaba lo suficientemente desvelada como para llevar a cabo con gusto dicha tarea, por lo que salí al patio y luego de ser semi-atacada por la jauría que reina en el mismo (o me desconocieron por la oscuridad de la noche o decididamente les había molestado que les interrumpiera el sueño) me dispuse a desenrollar la manguera. A la par de ello, recibí un par de ladridos más, esta vez el tono era de rezongo y se marcharon a trotecito compadrito directo a sus calentitas cuchas, desde donde observaban incrédulas mi tarea. Aspiré hondamente el aire frío de la noche con la manguera en la mano, recordé la neumonía de una amiga, me sentí una abuela por pensar en la neumonía, miré las estrellas, intenté adivinar alguna que otra constelación, no recordaba ninguna por lo que inventé las mías propias y luego de unos segundos de silencio entre mi mente y yo, coloqué mi dedo pulgar a la mitad de la boca de la manguera por donde saldría el chorro -helado- del agua, abrí la canilla, he hice una perfecta "lluviecita". Las plantas agradecidas, yo también. El cielo estrellado, apenas un suave aire fresquito me ponía la piel de gallina, pensé que de estar acompañada estaría recibiendo comentarios de "te vas a resfriar", lo cual sabía que era completamente mentira, tenía medias. Disfruté de regar, así, a esa hora, salpicándome incluso un poco con el agua que se estrellaba contra algunas piedras del jardín. Cerré la canilla, enrollé la manguera, sacudí mis manos empapadas, observé a la jauría, dormían plácidamente. "Idem" pensé y apagué la luz.

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